NOVENA A NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO EN EL MISTERIO DE SU ADMIRABLE ASCENSIÓN
DÍA CUARTO
Considera cómo habiéndose congregado los Apóstoles, Discípulos y amigos del Señor, todos como ciento y veinte con Nuestra Señora en el Monte Olivete, postrados en tierra adoraron al Señor, y aunque la alegría de verle era grande, con todo eso la pena de ver que se les iba y los dejaba les hacía derramar muchas lágrimas.
En donde puedes considerar
que el Señor nuevamente les consoló con tiernísimas palabras y dulcísimas
razones, asegurándoles el amor que su Padre les tenía, que le pidiesen en su
Nombre lo que quisiesen y se les concedería, y que les dejaba a su Santísima
Madre por su Protectora, en quien hallarían ellos todo consuelo y alivio. Y en
esto puedes considerar que los llamó para sí, y con grande cariño y amor los
fue abrazando, dándoles a besar sus sacratísimas manos y llagas, de las cuales
era tanta la suavidad, olor y fragancia que salía, que les recreó inefablemente
los corazones, y confortó las almas con incomparable deleite, con lo cual se
templó la pena de los Discípulos, y ellos se confirmaron más en la fe,
esperanza y amor de su Divina Majestad (Venerable Padre Luis de la Puente,
Meditación de la Ascensión).
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
¡Oh amorosísimo Jesús! ¡Oh Salvador amabilísimo! Caminad ya al seno de vuestro Eterno Padre, ofrecéos a Él por nosotros miserables, mostradle esas sacrosantas Llagas, cuyas señales lleváis más hermosas y resplandecientes que el Sol, en vuestras manos, pies y costado: a presencia de ellas se aplacará toda la ira del Señor, y no vendrán sobre nosotros los rayos de su Justicia; mas no sólo esperamos alcanzar auxilios eficaces para salir del pecado, y que nos lloverá por vuestra protección un abundante rocío celestial de gracias, porque ¿qué cosa podéis pedir compasivo de nuestra miseria a vuestro amoroso Padre, que Él os la niegue, en especial cuando le representéis que fuiste enviado por Él para remediar nuestros males? ¿Ni qué podremos pedirle por Vos, que no nos lo conceda? Así nos lo prometisteis, Señor, cuando asegurasteis que no negará cosa alguna de las que le pidamos en vuestro Nombre.
Vos os presentaréis en su solio como Sumo Sacerdote, ya no ofreciéndole la sangre de los animales, sino la vuestra misma. Cuando nos opriman las tentaciones, nos acercaremos llenos de confianza al trono de vuestra misericordia con el conocimiento de que Vos tolerasteis mayores angustias y congojas que nosotros. Estas consideraciones, mi Dios, nos sirven de consuelo y nos confortan en nuestro penoso destierro. Rogad a vuestro Padre especialmente por todos los que nos hemos congregado a celebrar el Misterio grande de vuestra admirable Ascensión, para que así logremos ser participantes de vuestra gloria. Amén.
Tres Padrenuestros, y tres Avemarías con Gloria Patri. Los Gozos
y la Oración se rezarán todos los días.
GOZOS
Como águila generosa
Remontas, mi Dios, el vuelo
Al Empíreo, pues el Cielo
Sólo es tu mansión dichosa;
Puesto que el alma ansiosa
Seguirte quiere, Señor:
Llévanos a dónde vas,
Soberano Triunfador.
En alas de Querubines
Subes al Cielo glorioso,
Y ellos llenos de alborozo
Te hacen sagrados festines,
Gózome que así camines;
Y pues vas con tanto honor:
Llévanos a dónde vas,
Soberano Triunfador.
¡Qué contentos y qué ufanos
Entre gozos excesivos,
Contigo van los cautivos
Que libertaron tus manos!
Despojos son soberanos
De tan gran Libertador:
Llévanos a dónde vas,
Soberano Triunfador.
En coros muy concertados
Los Príncipes de la Gloria
Cantando ellos tu victoria
Descienden regocijados:
«Sean, dicen, alabados
Triunfos de tal vencedor»:
Llévanos a dónde vas,
Soberano Triunfador.
Gime Luzbel abatido,
Porque su imperio tirano
Por tu brazo Soberano
Hoy se mira destruido;
Y pues nos has redimido
Del poder de este traidor:
Llévanos a dónde vas,
Soberano Triunfador.
Dan voces con grande gozo
Los Ángeles, porque abiertas
Y apartadas sean las puertas
De ese Alcázar prodigioso,
Porque ha de entrar
victorioso
Su Monarca y su Señor:
Llévanos a dónde vas,
Soberano Triunfador.
ORACIÓN FINAL
¡Oh Amado Redentor de mi
alma! ¡Oh León de Judá! ¡Oh Señor y Rey inmortal, vencedor de la muerte y del
Infierno! Ruégote, Señor mío, por aquel glorioso triunfo con que entrasteis
victorioso en vuestro Reino, me deis fortaleza para vencer a los enemigos de mi
alma, perdonéis la tibieza con que celebro este admirable Misterio, atendáis a
mis humildes ruegos, y me deis vuestra Santa gracia, para serviros y agradaros
hasta la muerte. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario