DÍA QUINTO: NOVENA A NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO EN EL MISTERIO DE SU ADMIRABLE ASCENSIÓN

 


NOVENA A NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO EN EL MISTERIO DE SU ADMIRABLE ASCENSIÓN


DÍA QUINTO

Considera que después de todo lo referido, elevó nuestro Señor sus manos Santísimas, como dice el sagrado texto, y dio su bendición a los Apóstoles y demás Discípulos, se elevó de la tierra, y subió a los Cielos mirándolo todos, hasta que una nube lo ocultó (Lucas XXIV; Actos I, 9). Atiende lo primero a estas palabras, «que elevó las manos y les dio su bendición». 

Elevó ambas manos, porque como dice San Basilio, hizo primero oración por ellos (Libro del Espíritu Santo, cap. XXXVII). Ya puedes entender que repetiría el Señor aquella que hizo antes de la Cena: «Padre Santo, guarda estos Discípulos que me diste. Cuando Yo estaba con ellos Yo los guardaba, mas ahora los dejo y vuelvo a Ti, y así te ruego por ellos: Yo vengo a Ti, y ellos quedan en el mundo, ruégote, Padre piadoso, que me los libres del mal, y me los santifiques en la verdad; y no solo te ruego por ellos, sino también por aquellos que por su predicación creyeren en Mí».

Hecha la oración les dio su santísima bendición, formando sobre todos una Cruz con la mano derecha, como dicen muchos Doctores (San Gregorio Niseno, Oración sobre los Inocentes; San Jerónimo, De la vida de Moisés, etc.), o poniendo los brazos en cruz en el aire sobre todos ellos, como quieren otros, y fue para darles a entender, lo primero, que habían de cargar la Cruz, a la cual vinculaba su bendición; lo segundo, para que pusieren los ojos en sus Llagas, y con eso se les quedasen estampadas en los corazones y memorias, que es la ayuda para llevar la Cruz; y lo tercero, que poniendo sus brazos en Cruz sobre ellos, los abrigaba con las alas, como el ave a sus polluelos, para que a su sombra esperasen y confiasen en su Providencia, que no les había de desamparar ni faltar.


ORACIÓN PARA ESTE DÍA

¡Oh Monarca soberano de la Gloria! Subid victorioso a ese trono de luz inmarcesible que os tiene preparado vuestro Padre, y pues os vais de nuestra presencia y os apartáis corporalmente de la tierra, ruégoos que lleveis con Vos nuestros gemidos y lamentos, nuestras súplicas y oracones, para que las presentéis ante Él, juntamente con vuestros merecimientos infinitos.

 Esos brazos Divinos, que mis culpas extendieron sobre el madero de la Cruz, los extiende ahora vuestro amor incomparable, olvidando mi ingratitud, para que yo conozca que jamás me ha de faltar vuestro paternal amparo, cuantas veces os busque reconocido. Gózome, amor mío, al veros el alma con tanto honor acompañado de Ángeles y Santos, Patriarcas, Profetas, Reyes, y todos los demás Justos.

¡Oh, si fuese yo tan dichoso que mereciese también acompañaros! ¡En sagrada compañía, ejércitos celestiales, contemplad reverentes a nuestro adorable Redentor, alabadlo, glorificadlo y dadle todo honor, pues es infinitamente digno de todo obsequio y veneración! ¡Oh Monte Olivete, en que mi Señor puso sus plantas Divinas, cómo pudiera poner mi corazón bajo de ellas en lugar tuyo, para que como en ti quedasen impresas para siempre sus sacrosantas huellas, que así no pudieran borrarlas ni los halagos del mundo, ni las tentaciones, ni la persecución, ni la prosperidad!

¡Oh monte dichoso! Monte enriquecido con el precioso licor de la Sangre que sudó mi Jesús en la oración: en otro tiempo fuiste el teatro de sus penas y agonía, y ahora lo sois de sus triunfos y glorias, sea mi corazón tu imitador: Imprimid, Señor, en él la memoria de vuestra Pasión Santísima, para que vean también en él los triunfos de vuestra gracia, y después merezca los eternos gozos. Amén.

Tres Padrenuestros, y tres Avemarías con Gloria Patri. Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.


GOZOS

Como águila generosa

Remontas, mi Dios, el vuelo

Al Empíreo, pues el Cielo

Sólo es tu mansión dichosa;

Puesto que el alma ansiosa

Seguirte quiere, Señor:

Llévanos a dónde vas,

Soberano Triunfador.


En alas de Querubines

Subes al Cielo glorioso,

Y ellos llenos de alborozo

Te hacen sagrados festines,

Gózome que así camines;

Y pues vas con tanto honor:

Llévanos a dónde vas,

Soberano Triunfador.


¡Qué contentos y qué ufanos

Entre gozos excesivos,

Contigo van los cautivos

Que libertaron tus manos!

Despojos son soberanos

De tan gran Libertador:

Llévanos a dónde vas,

Soberano Triunfador.


En coros muy concertados

Los Príncipes de la Gloria

Cantando ellos tu victoria

Descienden regocijados:

«Sean, dicen, alabados

Triunfos de tal vencedor»:

Llévanos a dónde vas,

Soberano Triunfador.


Gime Luzbel abatido,

Porque su imperio tirano

Por tu brazo Soberano

Hoy se mira destruido;

Y pues nos has redimido

Del poder de este traidor:

Llévanos a dónde vas,

Soberano Triunfador.


Dan voces con grande gozo

Los Ángeles, porque abiertas

Y apartadas sean las puertas

De ese Alcázar prodigioso,

Porque ha de entrar victorioso

Su Monarca y su Señor:

Llévanos a dónde vas,

Soberano Triunfador.


ORACIÓN FINAL

¡Oh Amado Redentor de mi alma! ¡Oh León de Judá! ¡Oh Señor y Rey inmortal, vencedor de la muerte y del Infierno! Ruégoos, Señor mío, por aquel glorioso triunfo con que entrasteis victorioso en vuestro Reino, me deis fortaleza para vencer a los enemigos de mi alma, perdonéis la tibieza con que celebro este admirable Misterio, atendáis a mis humildes ruegos, y me deis vuestra Santa gracia, para serviros y agradaros hasta la muerte. Amén.


En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.


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